domingo, 2 de marzo de 2014

Leer, escribir, vivir.

Leer es uno de los grandes privilegios de los que podemos disfrutar cuando tenemos TIEMPO. Cuando lees te transportas a otro mundo, te llenas de otras vidas, de tu propia vida... pero además, o por lo menos a mi me pasa, un libro va asociado a multitud de recuerdos. Ahora mismo tengo empezados cuatro libros, que me trasladan a cuatro situaciones, personas o recuerdos muy diferentes y concretos. 

"Suave es la noche" de Scott Fitzgerald; la lectura que creía que me conectaría a través del océano, la que se quedó durante meses dormida, a la que tenía miedo de recuperar, y la que tantas alegrías me da ahora que no nos separa nada... ahora que es tan mía que no forma parte de nadie más. 

"La vida a veces" de Carlos del Amor; una lectura apasionada, de historias reales (¿o no?), cuyas palabras leo pero que imagino narradas por su maravillosa voz y su especial sonrisa. 

"¿Qué estás mirando? 150 años de arte moderno en un abrir y cerrar de ojos" de Will Gomperzt; un reciente descubrimiento que ha llegado a mi vida de manera inesperada e ilusionante, y con dedicatoria incorporada (no me canso de darte las gracias por "estar"). ¿Se puede leer un libro de Historia del Arte con una sonrisa? Pues al parecer sí. 

Y sobre todo, el que nunca falta en el bolso "Cartas para Claudia" de Jorge Bucay. Quizá sea comprensible que lleve un libro de un terapeuta siempre conmigo, pero no lo llevo como guía para no perderme en esta selva que es mi vida (quizá no sólo para eso), sino que sin quererlo Jorge y Claudia ya forman parte de mi vida. Son mis amigos. Son mis padres. Son mi madre, el día que eligió este libro entre toda la oferta de El Corte Inglés para regalármelo a mí, para que fuera mi compañero de viaje. Me recuerda mucho en su forma de leer a aquel tantas veces mencionado, aquel que nunca leeré y menos aún aquella página marcada. Lo leí la primera vez de principio a fin. Desde entonces, salto de una a otra carta como aquel que busca en un diccionario exactamente el término que necesita. He tenido la tentación de escribirlo, de subrayarlo, de llenarlo de post-it como el libro de trabajo en el que lo he convertido. Recomiendo leerlo una y mil veces. En cualquier situación, se necesite o no (¿quién no necesita que le recuerden que no somos superhéroes?), cuando se está en horas bajas y aún más cuando nos creemos por encima del bien y del mal. 

Por ello quería compartir una de las cartas. No es la más emotiva, ni la mejor escrita, ni la más concluyente... pero sí es la que más veces he leído. En el libro es la carta nº5 (mera casualidad). 

"Claudette:

Me pregunto si tus preguntas no tienen fin. ¿Quieres saber qué opino sobre la teoría psicoanalítica de la neurosis?
Intentaré ser breve. Me parece un trabajo intelectual excelente y que, indudablemente, echa luz sobre la compresión de lo que podría ser el proceso de gestación y de instauración del trastorno neurótico. Nada ha modificado tanto la mirada sobre lo humano y el comportamiento de la sociedad como la técnica y la teoría psicoanalítica desarrollada por Sigmund Freud a finales del siglo XIX y principios del XX. Nada ha ayudado más a desdemonizar la enfermedad psiquiátrica como el trabajo del genio vienés.
Sin embargo, no quiero dejar de decirte que, en mi opinión, y como te dije, se han desarrollado en esta matriz cuatrocientas cincuenta escuelas de psicoterapia, algunas tan buenas como el psicoanálisis y algunas para casos específicos, aún mejores si medimos resultados terapéuticos. 
Es obvio que muchas veces no se necesita un conocimiento profundo de los hechos y su génesis para producir el cambio. 
No hay que dominar la teoría cuántica, ni el curso de los electrones en la teoría de Alexander Volta para cambiar una bombilla o arreglar una plancha. 
Para estas y otras cosas, en general, basta con el sentido común, la observación y el aprendizaje empírico. 
Después de todo, un neurótico, de muchas maneras, es alguien que está en cortocircuito. 
Un neurótico es alguien que no disfruta de su vida
     Es alguien a quien le pasan las cosas
     Es un disconforme permanente
     Es un manipulador de los demás y de sí mismo


Un neurótico es alguien que pasa la mitad de su vida poniéndose trampas 
y la otra mitad cayendo en ellas

Esta última frase me encanta; me parece clara y completa. Preguntarás, porque te conozco: "¿Y cómo se manifiestan estas trampas...?".
Fundamentalmente, en un individuo neurótico aparecen cuatro cosas: 
1. Inmadurez
2. Anhedonía (¡qué palabra!).
3. Interrupción
4. Falta de límite entre el adentro y el afuera.

1. Inmadurez. Obviamente este punto se refiere a la falta de recursos del neurótico, o al desconocimiento total de ellos. Nuestros aspectos neuróticos necesitan madurar para dejar de ser dependientes, pero están "verdes" para ello. Parecería que "nos falta un hervor...", como se dice en España. 
Entendiendo por madurar un proceso de crecimiento continuo que consiste en traspasar el apoyo ambiental al autoapoyo. 
      Proceso significa tiempo y cambio. 
      Crecimiento significa expansión del Yo.
      Continuo significa que no tiene principio ni final durante la vida del individuo.
      Respecto del apoyo ambiental y el autoapoyo, quédate por ahora con el sentido obvio de estos conceptos y dejemos abierto este punto para tratarlo en otra carta. No quiero distraerme y quiero terminar mi lista de condiciones

2. Anhedonía. Este punto define literalmente la ausencia de placer, la incapacidad para obtener bienestar pleno de lo que se hace. 
No importa cuánto esfuerzo se haga, cuán importante sea el logro, cuán adecuada sea la conducta, ni cuán esperado sea el resultado: el neurótico no se permite el placer, por lo menos no el placer pleno, el que satisface, el placer sano. 

3. Interrupción. Este es el mecanismo por el cual el neurótico impide que un proceso de desarrolle naturalmente y concluya por sí mismo, como en general tiende a pasar si no nos ocupamos de intentar acelerarlo...
Interrumpir, etimológicamente, significa "romper un vínculo o contacto entre dos cosas, personas o situaciones". En nuestro caso, cortar el contacto entre lo que es y lo que será. Si para pasar de A a B me interrumpo infinitas veces, nunca llegaré. 
El mejor ejemplo que se me ocurre es el del proceso de confusión. 
Cuando algo me confunde, tengo siempre dos posibilidades. Una, tratar de salir de la confusión, y dos, dejarme estar en ella. 
El primer caso es el de la interrupción. Quizá, en apariencia, se obtenga una sensación de tranquilidad, pero esa tranquilidad es por "superar" el miedo a estar confuso y no por aclarar qué y cómo me confunde.
La confusión es un proceso normal del darse cuenta; sólo a partir del contacto genuino puedo descubrir ("des-cubrir") la realidad, y sacar las coberturas transcurre en general con cierto grado de confusión. 
En el segundo caso, no me interrumpo, dejo que el proceso se complete y se agote, sabiendo que al final podré salir de él. 
Salir de la confusión es muchas veces, paradójicamente, la consecuencia de mi dejarme estar en ella.
La certeza es en general consecuencia de haber dudado y, desde este punto de vista un no sé es la expresión de la apertura y el más positivo de los caminos hacia la realidad. 
Interrumpir es condenarme a mantener dentro de mí mismo una situación inconclusa que dejará paso a nuevas interrupciones. 

4. Falta de límite entre el adentro y el afuera. Ésta es quizá la más clara manifestación de nuestros aspectos neuróticos. Cuando interactúo con alguien, por ejemplo, y él me dice lo que le molesta, lo que le gusta o lo que le duele, sólo puedo contactar con mi realidad si permanezco teniendo claro que él está fuera de mi y puedo y debo por ende hacerme cargo de aquello que en efecto es mío.
Como siempre te dije: "Sólo soy perchero de mi propio sombrero". Y esta frase es para mi como la profundización de mi conciencia del afuera y del adentro.
 Decir que es importante darse cuenta de que el límite de mi piel separa mi exterior de mi interior parece una perogrullada y, sin embargo, es la dificultad más frecuente y la que da origen, en gran medida, a las otras tres.
Creo firmemente que si todos pudiésemos darnos cuenta de esta diferencia, de este límite que impone nuestra piel, gran parte de las broncas, de las frustraciones, de las expectativas y de los sacrificios que padecemos morirían de muerte natural. 

A partir de sanar estas cuatro cosas tratamos de ayudar a nuestros pacientes. 
Si conseguimos que tan sólo uno de ellos comprenda qué cosas son adentro y qué cosas son afuera, si conseguimos que no se interrumpa, que disfrute de sus cosas y que se apoye sobre sí mismo responsabilizándose de sus actos, entonces nosotros perderemos un cliente y él ganará una nueva vida."


Jorge Bucay, "Cartas para Claudia", 1986.

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